jueves, 26 de marzo de 2015

Noah - El encuentro

Cuando pensaba que su sonrisa volvería a borrarse de sus labios, la esperada respuesta llegó. Y llegó desde el final del pasillo, al otro lado de las escaleras que ascendían al piso superior. Fue como un gemido, como si sus gritos alegres hubiesen despertado a alguien que se tomaba una larga y placentera siesta. Se imaginó a esa persona recostada en un sofá, con una manta de cuadros escoceses echada sobre las piernas, abriendo los ojos lentamente e ilusionándose por haber escuchado al fin una voz amiga en la que poder confiar.
Decidió no correr, no adentrarse aún en la casa para no asustar a su nuevo compañero. Lo mejor sería esperar a que le recibiese allí, en la entrada, a la luz de un amanecer que se abría camino entre estrellas y edificios abandonados.
Sí, definitivamente se escuchaban unos pasos que se acercaban, unos pasos renqueantes, lentos y cansados. ¿Estaría herido o cansado? La vida esos días era muy complicada y no costaba mucho acabar con un esguince que otro tras una huida precipitada. Pero, en última instancia, le sorprendió algo en lo que no había caído hasta ese momento. Si esa persona estaba herida, si estaba descansando, ¿por qué no cerrar la puerta?

El gemido volvió hasta él, trayendo consigo matices que sólo la proximidad de la fuente podía proporcionar. Era un sonido gutural, profundo y vibrante. Burbujeaba, como si el aire se abriese paso por un líquido espeso, estancado. Lo sintió nasal, ahogado, como si algo bloquease su salida y retumbase en la caja de resonancia que era el cráneo. Y éso, la naturaleza de ese gemido, le puso en alerta. No, definitivamente no era el sonido que producía un superviviente.
Cuando una mano apareció al final del pasillo, seguida después del resto del cuerpo de aquel ser, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Noah. Se trataba, sin lugar a dudas, de uno de esos asquerosos subhombres de los que todos se escondían.

La cabeza, coronada por tan solo unos ralos mechones de blanquecino cabello, estaba cubierta de pústulas sanguinolentas que tiempo atrás debieron ser ampollas. De igual modo la piel de sus brazos, de sus manos y de su cuello, presentaban estos cráteres purulentos e infecciosos que le daban un aspecto pegajoso y repugnante. Los ojos carecían de brillo, secos ya al haberse retraído los párpados. Se sabía a ciencia cierta que los primeros tejidos afectados eran las mucosas, que se inflamaban y acababan por destruirse, dejando los ojos, las mandíbulas y el resto de orificios naturales expuestos. Así pues, los globos oculares no tardaban en adquirir un aspecto terrible, lechosos e hinchados, como si fuesen a salirse de las órbitas al menor golpe. Los músculos adquirían una extraña rigidez, dejando el rostro en un rictus de sorpresa permanente, algo divertido cuando lo veías a lo lejos, pero de cerca era lo más aterrador que te podías echar a la cara. Los dedos, crispados y huesudos, se transformaban en garras terribles provistas de unas uñas que seguían creciendo sin control.
Nadie sabía si esos seres seguían conservando la conciencia, lo que sí era cierto era que, una vez te detectaban, estabas perdido.

Antes de que la criatura tuviese tiempo de enfilar por completo el pasillo, Noah echó a correr despavorido calle abajo, agarrándose con una mano la capucha de la sudadera. Su mente funcionaba a cien por hora. A juzgar por el estado de ese subhombre, debía llevar bastante tiempo en estado de letargo, pues sus movimientos eran lentos y su cuerpo estaba casi por completo corroído. Lo que significaba que hacía meses que nadie entraba en esa casa y, probablemente, en el resto de ellas. Descartó entonces el seguir investigando el resto de la urbanización y, mientras corría, decidió que gastaría un último cartucho antes de salir para siempre de esa ciudad: buscaría en las tiendas.
Y, a lo lejos, vió el supermercado."¡Bingo!" pensó, "¡Comida y refugio gratis!"

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