¿Pero, quién se iba a fijar? Sin nadie que produzca electricidad, no funcionarían. Al principio solo las desmontaba para pasar el tiempo.
Los días dejaron de tener sentido y ya no sé cuando fue la última vez que les vi. Solo puedo recordar sus últimas palabras: corre; y es lo que llevo haciendo desde entonces hasta que encontré mi pequeño lugar. Aún lo puedo recordar como si fuera ayer, lloré toda la noche. Lloré por que les perdí, lloré por la rabia de no poder salvarles, lloré por el miedo, lloré de cansancio y desesperación, lloré en soledad hasta dormirme y al despertar todo parecía estar igual. Todo menos yo.
Fue entonces cuando decidí bajar al sótano y allí lo encontré.
Era hermoso, solo lo había visto en libros y, dios, no tenía ni la más remota idea de como hacerlo funcionar. Tenía muy pocas horas de luz y la ventana del sótano era solamente una pequeña abertura, suficiente para iluminar la sala pero no demasiado, lo que me dio seguridad. Así que me dispuse a revolver entre las cosas que había en aquel sótano y encontré unas pequeñas linternas, algo de comida enlatada y, para mi maravilla, un montón de equipo electrónico.
No sé quiénes vivían allí, si es que aún vivían, pero les hubiese agradecido eternamente que tuvieran un generador eléctrico. Después de revolver por toda la casa y ver que era incapaz de arreglar aquel maravilloso cacharro, me tiré en el sofá haciéndome un pequeño ovillo, como en los viejos tiempos cuando mis padres salían ha cenar y yo les esperaba negándome a dormir, aunque finalmente me dormía. Solo que en esta ocasión no sentiría el beso de mi madre en la mejilla, ni la caricia de mi padre, ni me despertaría por la mañana con el olor de un rico desayuno de chocolate con churros, beicon y huevos. Y lo peor: no volvería a verle.
No sé cuanto tardé en dormirme, no recordaba haberme cansado tanto pero al despertar sabía donde buscar la información que necesitaba. En la BIBLIOTECA.
Tenía por seguro que, si dejaba aquella bicicleta en la puerta, a nadie le importaría. Pero aún así las buenas costumbres no se pierden y decidí dejarla en el aparcamiento. Había pasado tantas horas en aquellas salas que sabía exactamente en que sección buscar, el problema era que no sabia que libro seria el ideal, por lo cual cogí todos los que pude del tema. Justo cuando estaba saliendo por la puerta, lo oí. Un ruido lejano que congeló cada centímetro de mi cuerpo, una alarma de un coche en una ciudad abandonada solo podía significar una cosa: no era el único superviviente. Era imposible que eso ocurriera y saqué aquella descabellada idea de mi cabeza, ahora sabía que había alguien más. Pese que había ido con todo el cuidado que pude, ellos sabían que seguía con vida, y aquéllo era una trampa. Ellos me buscaban y el miedo se apoderó de mi.
Mi única opción: Correr
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