Las aves que se escondían entre el espeso follaje de los árboles de la avenida, salieron volando. El pitido intermitente que emitía el maldito Chevrolet las había asustado, pero a él también. De haber podido, habría alzado el vuelo para alejarse de allí, pero bien sabía que le era imposible y que sólo le quedaba una solución: correr. Así que, cuando logró salir del estado de shock provocado por el susto, tiró la manzana al suelo y se alejó avenida arriba a la velocidad que sus piernas le permitieron.
Por suerte su cuerpo estaba entrenado. Llevaba demasiado tiempo corriendo, escalando, cazando, y una pequeña carrera por la ciudad no le iba a matar. Sin embargo sabía que tenía que buscar un lugar donde esconderse hasta que pasase el peligro que, en esos momentos, le atenazaba el pecho.
Pesó por un instante que igual lo más seguro sería adentrarse en los callejones que serpenteaban ciudad adentro, pero sabía que perdería visibilidad y que, como poco, acabaría perdido en un laberinto de calles del que ni siquiera sabía si podría llegar a salir. Así que siguió en la gran avenida, procurando correr pegado a las fachadas de los edificios para dejarse ver lo menos posible.
Cuando las aves se calmaron y cesaron los nerviosos aleteos de éstos, la ciudad quedó en silencio. Pero Noah advirtió que eso no era cierto del todo pues, lejano, como el murmullo de las olas, se podía oír un bramar extraño, casi animal. Él sabía de qué se trataba, pero prefirió no pensar demasiado en ello y seguir corriendo. De vez en cuando, ese murmullo parecía cesar para luego resurgir con algo más de fuerza.
"Maldito coche" pensó Noah, "es la última vez que intento abrir uno... y es la última vez que tiro una manzana al suelo. ¡Qué hambre tengo...!".
Llegó a lo que parecía el final de la avenida. Le había costado prácticamente un cuarto de hora de carrera al límite llegar hasta allí, pero valió la pena... o eso creía. Lo que tenía ante él era una especie de plaza inmensa, circular y blanca, rodeada de edificios que parecían históricos. Pero para él todos los sitios eran prácticamente iguales, los árboles se habían adueñado de aquella plaza también. Se detuvo en el centro y miró alrededor para pensar en algo. Los murmullos venían de atrás, por lo que ese camino quedaba total y absolutamente descartado. Delante se alzaba una especie de ayuntamiento de tres plantas, con columnas y ventanales gigantes. Pero no, demasiado grande. A su derecha había otro edificio más o menos similar al anterior y, a su izquierda, lo que parecía una humilde biblioteca. No se lo pensó dos veces y corrió hacia allí.
"Llevarán años sin mandar callar a nadie ahí dentro" pensó sonriendo para sí, "y ahora he venido yo a montar follón... si es que, Noah... eres único para romper las normas". Y, entre risas, forzó la puerta de la biblioteca y se adentró en ella.
En el exterior, ese extraño bramar se hizo más evidente, más poderoso, más mortal.
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