Le resultaba curiosa la forma que tenía la naturaleza de adueñarse de lo que una vez fue suyo. Sin embargo había cosas que se le resistían, al parecer. Los cables permanecían intactos, como telas de araña que surcaban los cielos de edificio en edificio, sin importar si éstos estaban abandonados o no. Se preguntaba, de vez en cuando, si los cables seguirían siendo atravesados por la corriente, por los datos, o por lo que fuese que transportaban. Pero no importaba, ya no, pues él no iba a darles uso.
Allí, subido en el techo de uno de los coches que un día circularon por la ciudad, se sentía vivo. Era una posición perfecta para otear la avenida en la que acababa de entrar. Se trataba de una enorme calle totalmente invadida por la vegetación, solitaria como todos los lugares que había visitado en los últimos años, pero tenía algo especial. No sabía decir a ciencia cierta de qué se trataba, pero algo le hacía creer que allí había alguien. Tal vez fuese que todos los componentes electrónicos que había encontrado estaban desvalijados, o puede que simplemente se tratase de una intuición, pero en esa ciudad bañada por la luz del sol filtrada por los cristales de los edificios, tenía que encontrar a alguien.
Llevaba demasiado tiempo solo, demasiado tiempo buscando a sus semejantes, demasiado tiempo hablando consigo mismo. A veces mantenía discusiones en silencio, serio y sin mover un músculo. En otras ocasiones gritaba a pleno pulmón, como esa misma mañana cuando descubrió que uno de los circuitos de una televisión de plasma que estaba tirada en la calle había sido recientemente arrancado.
Noah decidió bajar del coche para buscar algo que llevarse a la boca. No era complicado encontrar comida cuando sabías cómo y dónde hacerlo. Y, en esos tiempos en los que el bosque se había abierto paso a empujones en las ciudades, no hacía falta ser demasiado hábil para cazar cualquier alimaña o para recoger cualquier fruta que se cruzase en tu camino. Ciertamente no tardó demasiado en encontrar un joven manzano junto a lo que un día fue una tienda de cosméticos. Sus frutos no eran nada del otro mundo, pero se podían comer.
¿Cuántos días tardaría en encontrar a alguien? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta darse cuenta de que ilusionarse con algo como aquello podría suponer su perdición? ¡Qué importaba! Estaba vivo en ese momento y disponía de todo el tiempo del mundo para recorrerse la ciudad.
Abrió la puerta de un viejo y oxidado Chevrolet mientras le daba un bocado a la pequeña manzana y el horror se desató. El sonido de la alarma inundó las calles y le paró el corazón. Las máquinas siempre jugaban en su contra, o eso creía Noah...
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