martes, 24 de marzo de 2015

Ale - El descubrimiento

Las prioridades estaban claras, comer y encontrar suministros. La lectura de los libros tomados "prestados" de la biblioteca; que sabía que a nadie le importaría que me los quedase pero pensaba devolverlos, había sido realmente útil. Lo más maravilloso fue volver a usar mi libreta para algo más que revisar los últimos dibujos que hice en ella. La lista era concreta, revisé diez veces el generador y sabía perfectamente cómo hacerlo funcionar.

Mientras corría por las orillas de las calles, mi imaginación volaba a un lugar donde podíamos estar juntos, no sólo en mis maltrechos bocetos. De repente, sin casi ser consciente, me encontré en una parte de la ciudad que jamás había visitado. Mi sentido de la orientación era pésimo y esta vez era incapaz de recordar los giros que había hecho. Ese barrio parecía que hubiera salido de la nada, hacía tiempo que la vegetación, el óxido y la propia destrucción humana había hecho de las suyas. Pero en aquel barrio humilde parecía como si todo fuese ajeno y se hubiera quedado congelado en el tiempo. Era imposible que aquel blanco siguiera así y que los jardines parecieran de exposición. "Tal vez no soy una excepción", pensé para mi, aunque casi al instante me dí cuenta de que aquello podía ser una trampa para los posibles supervivientes que quedaran, si es que los había. No iba a quedarme a comprobarlo. Correr siempre correr.

Sentía las piernas entumecidas, me faltaba aire y cada vez estaba más lejos de orientarme. Me despisté un segundo mirando hacia atrás y... ¡PUM!. Noté que algo se clavaba en mi pierna, que el peso de mi cuerpo caía sobre mi brazo en un intento de no estampar la cabeza contra el suelo y, finalmente, mi cara descansaba contra el frío y descascarillado pavimento lleno de escombros y cristales. Todo me daba vueltas y el cansancio se apoderaba de mi. Oscuridad fue lo último que vi.

"¿Donde estoy? ¿Qué a pasado?", fue mi primer pensamiento lucido. No sabía cuanto tiempo había pasado en un estado de inconsciencia al intentar incorporarme y me di cuenta de que estaba sangrando. Tenía un corte en la rodilla, me dolía la muñeca y la cara. Había sido un golpe inesperado. "Menos mal que nadie lo ha visto" pensé y me eche a reír. No podía ser más torpe, me dije, y de repente me choqué contra el objeto con el que ya había colisionado: una bolsa de deporte en medio de la calle y parecía que la habían dejado hacía poco. De otro modo ya se la habrían llevado o estaría en malas condiciones, pero tanto su tela limpia como una cremallera impoluta indicaban lo contrario. Ni me lo pensé, la abrí y vi que contenía analgésicos para drogar medio barrio y vendas. Alguien estaba herido pero ¿quién? Observé si había alguien cerca y tome prestada una venda, "Bien Ale, apúntate esto en tu lista de cosas a devolver".

La última vez que vi a una persona fue a él, me rompí en mil pedacitos al dejarle atrás. Debí quedarme, pero me obligó a marcharme... o eso es lo que me siempre me he dicho. Escapamos juntos, después de que mi padre me dijera que tenía que huir. Fui directamente a su casa, salté a sus brazos y le dije que teníamos que irnos. Ni lo dudó, cogió una bolsa de deporte, metió un par de jerséis, linternas, algo de comida y un botiquín. También rescató unas mantas, unas llaves y el coche. Sin decirme nada se puso en marcha mientras yo temblaba en el asiento del co-piloto. Puso cordura en un momento delicado, me abrazó mientras lloraba y gritaba por dejarlos allí. Me repetía cada día que no estábamos enfermos por hacerlo. "Cada día que vivimos es un día más que puedo disfrutarte, gracias a que nos marchamos. Se que te sientes culpable por dejarles pero no podías curarlos. Y me salvaste".
Nunca le contesté, ojalá le hubiera dicho que le salvé porque le quería, pero al final el Colapso nos atrapó y le dejé.

Me sentía realmente nostálgico viendo esa bolsa a mis pies, había alguien más, eso estaba claro. No estábamos solos y se lo haría saber.

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