Cuando pensaba que su sonrisa volvería a borrarse de sus labios, la esperada respuesta llegó. Y llegó desde el final del pasillo, al otro lado de las escaleras que ascendían al piso superior. Fue como un gemido, como si sus gritos alegres hubiesen despertado a alguien que se tomaba una larga y placentera siesta. Se imaginó a esa persona recostada en un sofá, con una manta de cuadros escoceses echada sobre las piernas, abriendo los ojos lentamente e ilusionándose por haber escuchado al fin una voz amiga en la que poder confiar.
Decidió no correr, no adentrarse aún en la casa para no asustar a su nuevo compañero. Lo mejor sería esperar a que le recibiese allí, en la entrada, a la luz de un amanecer que se abría camino entre estrellas y edificios abandonados.
Sí, definitivamente se escuchaban unos pasos que se acercaban, unos pasos renqueantes, lentos y cansados. ¿Estaría herido o cansado? La vida esos días era muy complicada y no costaba mucho acabar con un esguince que otro tras una huida precipitada. Pero, en última instancia, le sorprendió algo en lo que no había caído hasta ese momento. Si esa persona estaba herida, si estaba descansando, ¿por qué no cerrar la puerta?
El gemido volvió hasta él, trayendo consigo matices que sólo la proximidad de la fuente podía proporcionar. Era un sonido gutural, profundo y vibrante. Burbujeaba, como si el aire se abriese paso por un líquido espeso, estancado. Lo sintió nasal, ahogado, como si algo bloquease su salida y retumbase en la caja de resonancia que era el cráneo. Y éso, la naturaleza de ese gemido, le puso en alerta. No, definitivamente no era el sonido que producía un superviviente.
Cuando una mano apareció al final del pasillo, seguida después del resto del cuerpo de aquel ser, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Noah. Se trataba, sin lugar a dudas, de uno de esos asquerosos subhombres de los que todos se escondían.
La cabeza, coronada por tan solo unos ralos mechones de blanquecino cabello, estaba cubierta de pústulas sanguinolentas que tiempo atrás debieron ser ampollas. De igual modo la piel de sus brazos, de sus manos y de su cuello, presentaban estos cráteres purulentos e infecciosos que le daban un aspecto pegajoso y repugnante. Los ojos carecían de brillo, secos ya al haberse retraído los párpados. Se sabía a ciencia cierta que los primeros tejidos afectados eran las mucosas, que se inflamaban y acababan por destruirse, dejando los ojos, las mandíbulas y el resto de orificios naturales expuestos. Así pues, los globos oculares no tardaban en adquirir un aspecto terrible, lechosos e hinchados, como si fuesen a salirse de las órbitas al menor golpe. Los músculos adquirían una extraña rigidez, dejando el rostro en un rictus de sorpresa permanente, algo divertido cuando lo veías a lo lejos, pero de cerca era lo más aterrador que te podías echar a la cara. Los dedos, crispados y huesudos, se transformaban en garras terribles provistas de unas uñas que seguían creciendo sin control.
Nadie sabía si esos seres seguían conservando la conciencia, lo que sí era cierto era que, una vez te detectaban, estabas perdido.
Antes de que la criatura tuviese tiempo de enfilar por completo el pasillo, Noah echó a correr despavorido calle abajo, agarrándose con una mano la capucha de la sudadera. Su mente funcionaba a cien por hora. A juzgar por el estado de ese subhombre, debía llevar bastante tiempo en estado de letargo, pues sus movimientos eran lentos y su cuerpo estaba casi por completo corroído. Lo que significaba que hacía meses que nadie entraba en esa casa y, probablemente, en el resto de ellas. Descartó entonces el seguir investigando el resto de la urbanización y, mientras corría, decidió que gastaría un último cartucho antes de salir para siempre de esa ciudad: buscaría en las tiendas.
Y, a lo lejos, vió el supermercado."¡Bingo!" pensó, "¡Comida y refugio gratis!"
"Al alzar la mirada se dieron cuenta de que no estaban solos. Temían perturbar lo que descansaba en aquel lugar, hasta que descubrieron que lo que allí dormía... era el silencio"
jueves, 26 de marzo de 2015
Ale - Rompiendo las normas
Las
ganas de gritar eran aún mayores que el hambre que sentía. No entiendo cual es
el terror que siento cuando tengo que hablar, es como si mi voz saliera con
toda su fuerza de mi interior y se apagara en la garganta. No soy capaz de
recordar la última vez que reí, grité o hablé. Lo cierto es que siempre mantuve
mi imagen de distante y no es que fuera hablador pero echaba de menos una
conversación. La decisión estaba clara, rompería la norma.
"Hola!!!!!" grité. Silencio.
Un silencio tan profundo y solitario que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
¿Y si nadie me contestaba? o lo que era peor aún, ¿Me habrían oído ellos?. Me
dolían las piernas de huir y aquel silencio fue como un tortazo a mis
ilusiones. Rompí todas y cada una de las normas que me impuse. No podía
quedarme allí por mucho tiempo además al final de la calle se podía ver un
pequeño mercado y mi estomago reclamaba lo prometido. Justo en el momento en el
que mis pies decidieron que ese era el lugar al que querían ir llego la
respuesta.
-Psss,
hey tú
Mi
cuerpo se congelo, no era capaz ni de moverme ni de pensar y mucho menos de
hablar. Distinguir si me estaba desquiciando o era real, se me antojaba una
autentica batalla mental. Luchando contra mi instinto de supervivencia me giré,
y allí plantada entre las sombras de aquella ferretería podía distinguir una
sombra.
- Sí
tú, no me mires como si estuvieses viendo un fantasma. Soy real y esa bolsa que
te llevas es mía. Dámela inmediatamente o no tendré más remedio que matarte.
Pasé
de un estado de atontamiento a un estado de irá en decimas de segundo, quien se
creía esa estúpida sombra para amenazarme. Y esa parte mía que tenia olvidada
afloró.
-No,
no pienso darte nada y mucho menos algo que casi consigue que me mate.
No
podía ver su cara pero notaba que no se esperaba mi respuesta, seguro que se
estaba marcando un farol y mi agresividad le hacía replantearse la situación.
Salió de entre las sombras y fue en una decima de segundo que perdí toda mi
fuerza para quedarme en un estado de shock. "Una
persona viva", la observé en la distancia sin mediar palabra ya que
nuestras miradas lo decían todo. Era una chica joven, no muy alta y menuda.
Podía observar su delgadez desde mi posición, su pelo color avellana enmarcaba
su dulce rostro. Parecía un ángel. La suciedad no la hacía justicia, pero hace
cuanto no nos duchábamos. Sus ojos era lo más bonito que veía en mucho tiempo,
como si estuviera observando un paisaje lleno de vida, de ilusión pero también
de tristeza y desolación. Me eclipsaban hasta el punto en el cual no podía
despegar la vista de ellos. No sabría decir que es lo que más me gusto, si su físico
imponente o lo que me hacía sentir. Su aura desprendía una comodidad increíble
que no sentía desde hacía mucho tiempo, me sentí completamente a salvo.
-¿Qué
tal si vamos a por comida y me convences de por qué debo devolverte la bolsa?
Noah - Algo se rompe
Sus ojos, que antes reflejaban las luces de un día que muere, ahora se habían quedado a oscuras. Esperó la ansiada respuesta en el quicio de la puerta, entusiasmado, jadeando debido a la carrera que le había llevado hasta allí. Pero nadie respondió. Posó las manos sobre el marco de la puerta abierta, que parecía haberle invitado a entrar, y las deslizó lentamente hacia abajo, recorriendo un camino invisible que llevaba a la decepción, a la pérdida total de la esperanza. Acabó agachándose, sin saber muy bien cómo. A veces era difícil seguir sonriendo. A veces dolía tanto mantener el ánimo, que las piernas le fallaban. En tantas ocasiones se había guiado por su intuición y había acertado que, esta vez, este fallo, se había convertido en un mazazo que le había dejado casi sin aliento. Sabía, sin embargo, que apenas le había buscado, que únicamente había entrado en la primera casa con la puerta abierta que había visto. Sabía también que sólo había gritado desde esa puerta roja, que no había investigado su interior, pero deseaba con tantas fuerzas una voz amiga, que el silencio recibido le acabó por arrancar una parte importante de sí mismo.
Y así, acuclillado ante la entrada de la casa blanca, se quedó durante un buen rato.
Fue cuando la luz de la luna bañó por completo la ciudad, cuando decidió que debía moverse. La noche no era segura y, aunque no había podido encontrar a nadie, aún estaba muy lejos de querer despedirse de ese mundo. Entró en la casa y comprobó el estado de la puerta. Cerraba a la perfección, así que sería un buen lugar para esperar el amanecer sin temer por su vida.
Encontró, al final de la escalera, una pequeña habitación de niña. Era preciosa. Las paredes estaban pintadas de un vibrante color púrpura y, del techo colgaban tules vaporosos que, a modo de celosía, cubrían la ventana que daba a la parte posterior del jardín. Pero la cama era demasiado pequeña. Cuando encontró el dormitorio principal, de decoración austera, no pudo ni quitarse las botas antes de quedar dormido en la enorme cama de matrimonio. Era demasiado cómoda y él estaba demasiado cansado como para pensar en esas nimiedades.
Esa noche soñó que pintaba. Ante él se extendía un enorme lienzo blanco que le miraba desafiante. En su mano, un pincel. En su mente, un boceto. Llenó el lienzo de colores, pues el vacío de éste le carcomía por dentro y, en cuanto decidió admirar su obra, se dió cuenta de que ésta era en su totalidad un abanico cromático de rojos, vermellones, borgoñas y carmesíes.
Despertó confundido, pero descansado. Y, ante el rugido de sus tripas, creyó que lo más apropiado sería buscar algo de comer. Encontró una lata de melocotones en almíbar en la despensa de la cocina, y una bolsa de cacahuetes rancios en uno de los muebles del salón. Azúcar para pensar y proteínas y grasas para los músculos, no estaba del todo mal.
Con el estómago más lleno que antes, pero no del todo, salió de la casa. Pronto amanecería y tenía que seguir buscando. Estaba convencido de que, en cualquier momento, alguien rompería el silencio que le apresaba.
Volvió a sonreír cuando entró en la siguiente casa.
-¡Te pillé! ¡Ya no estás solo, estoy aquí!- gritó en esta ocasión esperando respuesta.
Y así, acuclillado ante la entrada de la casa blanca, se quedó durante un buen rato.
Fue cuando la luz de la luna bañó por completo la ciudad, cuando decidió que debía moverse. La noche no era segura y, aunque no había podido encontrar a nadie, aún estaba muy lejos de querer despedirse de ese mundo. Entró en la casa y comprobó el estado de la puerta. Cerraba a la perfección, así que sería un buen lugar para esperar el amanecer sin temer por su vida.
Encontró, al final de la escalera, una pequeña habitación de niña. Era preciosa. Las paredes estaban pintadas de un vibrante color púrpura y, del techo colgaban tules vaporosos que, a modo de celosía, cubrían la ventana que daba a la parte posterior del jardín. Pero la cama era demasiado pequeña. Cuando encontró el dormitorio principal, de decoración austera, no pudo ni quitarse las botas antes de quedar dormido en la enorme cama de matrimonio. Era demasiado cómoda y él estaba demasiado cansado como para pensar en esas nimiedades.
Esa noche soñó que pintaba. Ante él se extendía un enorme lienzo blanco que le miraba desafiante. En su mano, un pincel. En su mente, un boceto. Llenó el lienzo de colores, pues el vacío de éste le carcomía por dentro y, en cuanto decidió admirar su obra, se dió cuenta de que ésta era en su totalidad un abanico cromático de rojos, vermellones, borgoñas y carmesíes.
Despertó confundido, pero descansado. Y, ante el rugido de sus tripas, creyó que lo más apropiado sería buscar algo de comer. Encontró una lata de melocotones en almíbar en la despensa de la cocina, y una bolsa de cacahuetes rancios en uno de los muebles del salón. Azúcar para pensar y proteínas y grasas para los músculos, no estaba del todo mal.
Con el estómago más lleno que antes, pero no del todo, salió de la casa. Pronto amanecería y tenía que seguir buscando. Estaba convencido de que, en cualquier momento, alguien rompería el silencio que le apresaba.
Volvió a sonreír cuando entró en la siguiente casa.
-¡Te pillé! ¡Ya no estás solo, estoy aquí!- gritó en esta ocasión esperando respuesta.
martes, 24 de marzo de 2015
Ale - El descubrimiento
Las prioridades estaban claras, comer y encontrar suministros. La lectura de los libros tomados "prestados" de la biblioteca; que sabía que a nadie le importaría que me los quedase pero pensaba devolverlos, había sido realmente útil. Lo más maravilloso fue volver a usar mi libreta para algo más que revisar los últimos dibujos que hice en ella. La lista era concreta, revisé diez veces el generador y sabía perfectamente cómo hacerlo funcionar.
Mientras corría por las orillas de las calles, mi imaginación volaba a un lugar donde podíamos estar juntos, no sólo en mis maltrechos bocetos. De repente, sin casi ser consciente, me encontré en una parte de la ciudad que jamás había visitado. Mi sentido de la orientación era pésimo y esta vez era incapaz de recordar los giros que había hecho. Ese barrio parecía que hubiera salido de la nada, hacía tiempo que la vegetación, el óxido y la propia destrucción humana había hecho de las suyas. Pero en aquel barrio humilde parecía como si todo fuese ajeno y se hubiera quedado congelado en el tiempo. Era imposible que aquel blanco siguiera así y que los jardines parecieran de exposición. "Tal vez no soy una excepción", pensé para mi, aunque casi al instante me dí cuenta de que aquello podía ser una trampa para los posibles supervivientes que quedaran, si es que los había. No iba a quedarme a comprobarlo. Correr siempre correr.
Sentía las piernas entumecidas, me faltaba aire y cada vez estaba más lejos de orientarme. Me despisté un segundo mirando hacia atrás y... ¡PUM!. Noté que algo se clavaba en mi pierna, que el peso de mi cuerpo caía sobre mi brazo en un intento de no estampar la cabeza contra el suelo y, finalmente, mi cara descansaba contra el frío y descascarillado pavimento lleno de escombros y cristales. Todo me daba vueltas y el cansancio se apoderaba de mi. Oscuridad fue lo último que vi.
"¿Donde estoy? ¿Qué a pasado?", fue mi primer pensamiento lucido. No sabía cuanto tiempo había pasado en un estado de inconsciencia al intentar incorporarme y me di cuenta de que estaba sangrando. Tenía un corte en la rodilla, me dolía la muñeca y la cara. Había sido un golpe inesperado. "Menos mal que nadie lo ha visto" pensé y me eche a reír. No podía ser más torpe, me dije, y de repente me choqué contra el objeto con el que ya había colisionado: una bolsa de deporte en medio de la calle y parecía que la habían dejado hacía poco. De otro modo ya se la habrían llevado o estaría en malas condiciones, pero tanto su tela limpia como una cremallera impoluta indicaban lo contrario. Ni me lo pensé, la abrí y vi que contenía analgésicos para drogar medio barrio y vendas. Alguien estaba herido pero ¿quién? Observé si había alguien cerca y tome prestada una venda, "Bien Ale, apúntate esto en tu lista de cosas a devolver".
La última vez que vi a una persona fue a él, me rompí en mil pedacitos al dejarle atrás. Debí quedarme, pero me obligó a marcharme... o eso es lo que me siempre me he dicho. Escapamos juntos, después de que mi padre me dijera que tenía que huir. Fui directamente a su casa, salté a sus brazos y le dije que teníamos que irnos. Ni lo dudó, cogió una bolsa de deporte, metió un par de jerséis, linternas, algo de comida y un botiquín. También rescató unas mantas, unas llaves y el coche. Sin decirme nada se puso en marcha mientras yo temblaba en el asiento del co-piloto. Puso cordura en un momento delicado, me abrazó mientras lloraba y gritaba por dejarlos allí. Me repetía cada día que no estábamos enfermos por hacerlo. "Cada día que vivimos es un día más que puedo disfrutarte, gracias a que nos marchamos. Se que te sientes culpable por dejarles pero no podías curarlos. Y me salvaste".
Nunca le contesté, ojalá le hubiera dicho que le salvé porque le quería, pero al final el Colapso nos atrapó y le dejé.
Me sentía realmente nostálgico viendo esa bolsa a mis pies, había alguien más, eso estaba claro. No estábamos solos y se lo haría saber.
Mientras corría por las orillas de las calles, mi imaginación volaba a un lugar donde podíamos estar juntos, no sólo en mis maltrechos bocetos. De repente, sin casi ser consciente, me encontré en una parte de la ciudad que jamás había visitado. Mi sentido de la orientación era pésimo y esta vez era incapaz de recordar los giros que había hecho. Ese barrio parecía que hubiera salido de la nada, hacía tiempo que la vegetación, el óxido y la propia destrucción humana había hecho de las suyas. Pero en aquel barrio humilde parecía como si todo fuese ajeno y se hubiera quedado congelado en el tiempo. Era imposible que aquel blanco siguiera así y que los jardines parecieran de exposición. "Tal vez no soy una excepción", pensé para mi, aunque casi al instante me dí cuenta de que aquello podía ser una trampa para los posibles supervivientes que quedaran, si es que los había. No iba a quedarme a comprobarlo. Correr siempre correr.
Sentía las piernas entumecidas, me faltaba aire y cada vez estaba más lejos de orientarme. Me despisté un segundo mirando hacia atrás y... ¡PUM!. Noté que algo se clavaba en mi pierna, que el peso de mi cuerpo caía sobre mi brazo en un intento de no estampar la cabeza contra el suelo y, finalmente, mi cara descansaba contra el frío y descascarillado pavimento lleno de escombros y cristales. Todo me daba vueltas y el cansancio se apoderaba de mi. Oscuridad fue lo último que vi.
"¿Donde estoy? ¿Qué a pasado?", fue mi primer pensamiento lucido. No sabía cuanto tiempo había pasado en un estado de inconsciencia al intentar incorporarme y me di cuenta de que estaba sangrando. Tenía un corte en la rodilla, me dolía la muñeca y la cara. Había sido un golpe inesperado. "Menos mal que nadie lo ha visto" pensé y me eche a reír. No podía ser más torpe, me dije, y de repente me choqué contra el objeto con el que ya había colisionado: una bolsa de deporte en medio de la calle y parecía que la habían dejado hacía poco. De otro modo ya se la habrían llevado o estaría en malas condiciones, pero tanto su tela limpia como una cremallera impoluta indicaban lo contrario. Ni me lo pensé, la abrí y vi que contenía analgésicos para drogar medio barrio y vendas. Alguien estaba herido pero ¿quién? Observé si había alguien cerca y tome prestada una venda, "Bien Ale, apúntate esto en tu lista de cosas a devolver".
La última vez que vi a una persona fue a él, me rompí en mil pedacitos al dejarle atrás. Debí quedarme, pero me obligó a marcharme... o eso es lo que me siempre me he dicho. Escapamos juntos, después de que mi padre me dijera que tenía que huir. Fui directamente a su casa, salté a sus brazos y le dije que teníamos que irnos. Ni lo dudó, cogió una bolsa de deporte, metió un par de jerséis, linternas, algo de comida y un botiquín. También rescató unas mantas, unas llaves y el coche. Sin decirme nada se puso en marcha mientras yo temblaba en el asiento del co-piloto. Puso cordura en un momento delicado, me abrazó mientras lloraba y gritaba por dejarlos allí. Me repetía cada día que no estábamos enfermos por hacerlo. "Cada día que vivimos es un día más que puedo disfrutarte, gracias a que nos marchamos. Se que te sientes culpable por dejarles pero no podías curarlos. Y me salvaste".
Nunca le contesté, ojalá le hubiera dicho que le salvé porque le quería, pero al final el Colapso nos atrapó y le dejé.
Me sentía realmente nostálgico viendo esa bolsa a mis pies, había alguien más, eso estaba claro. No estábamos solos y se lo haría saber.
miércoles, 18 de marzo de 2015
Noah - Sin contestación
Nunca había estado tan cerca del cielo. Alzó las manos intentando acariciar las nubes sanguinas, dejando que la brisa que precedía a la noche acariciase sus dedos. Cerró los ojos y se creyó volar. Disfrutaba, como siempre, de cada segundo de su existencia. Y ahora no podía ser más feliz, sabía que no estaba solo y que sólo tenía que currárselo un poco para tener la compañía que tanto echaba de menos.
Hizo visera con su mano para calcular la distancia que le separaba del otro tejado y cogió carrerilla. Cuando se vió en el aire, agitando los brazos y con las piernas recogidas, empezó a carcajearse como si se tratase de un niño que se tira por primera vez por un tobogán de mayores. Cuando sus pies tocaron el suelo y empezó a rodar por el tejado, supo que necesitaría hacerlo un millar de veces más antes de tenerle miedo a aquella nueva forma de moverse por la ciudad. ¡Era maravilloso, se sentía vivo!
Así pues, fue como, tejado a tejado, fue salvando la distancia que le separaba de su nuevo posible amigo... o amiga, no lo tenía claro y tampoco le importaba. Corría, saltaba, rodaba, gritaba y reía, todo ello con una energía que superaba la lógica. Cualquiera hubiera podido encontrarle sólo con alzar la mirada o con prestar un poco de atención a los sonidos.
Finalmente, cuando llegó a la última calle en la que había perdido de vista a aquella persona, decidió que igual lo mejor era seguir a ras de tierra. Como le había cogido el gustillo a este tipo de desplazamientos, creyó que lo más divertido sería bajar por la fachada, apoyando los pies y las manos en los salientes de ésta y en las tuberías que la recorrían. Y así lo hizo. Emocionado y orgulloso de sí mismo, llegó al suelo.
Una vez allí, buscó alguna evidencia que pudiera indicarle la dirección que esa persona había tomado. "Maldito asfalto" pensó, "si las calles fueran de tierra todo sería más facil". Pero no era el caso, así que se limitó a vagabundear por las calles, al encuentro tal vez de un ruido o de algún movimiento que delatase al recién llegado. Parecía un barrio humilde, de casas unifamiliares con jardín. Le resultó divertido descubrir que todas eran iguales, blancas y de puertas rojas. A sus ojos se mostró extraña esta simetría, este patrón de casas semejante al patrón de una tela estampada, donde ninguno de los dibujos desentona con el siguiente, donde cada serie de estampados sigue la misma norma. En el mundo de ahora, esos patrones eran algo extraño, la naturaleza no tenía simetría... o no en ese sentido. Los árboles no crecían a la misma distancia el uno del otro, ni tenía las mismas ramas que sus hermanos. Caminó deslizando la mano por los setos que rodeaban cada propiedad hasta que encontró una casita con la puerta abierta y se detuvo. ¿Estaría allí su tesoro? Tendría que averiguarlo.
Cuando llamó a la puerta, pese a que ésta estaba abierta de par en par, esperó a que alguien contestase al otro lado, pero nadie lo hizo. Se adentró un poco más por el recibidor.
-¿Hola? ¿Estás aquí? ¡Soy Noah, te he visto desde la biblioteca!
El silencio era atronador.
Hizo visera con su mano para calcular la distancia que le separaba del otro tejado y cogió carrerilla. Cuando se vió en el aire, agitando los brazos y con las piernas recogidas, empezó a carcajearse como si se tratase de un niño que se tira por primera vez por un tobogán de mayores. Cuando sus pies tocaron el suelo y empezó a rodar por el tejado, supo que necesitaría hacerlo un millar de veces más antes de tenerle miedo a aquella nueva forma de moverse por la ciudad. ¡Era maravilloso, se sentía vivo!
Así pues, fue como, tejado a tejado, fue salvando la distancia que le separaba de su nuevo posible amigo... o amiga, no lo tenía claro y tampoco le importaba. Corría, saltaba, rodaba, gritaba y reía, todo ello con una energía que superaba la lógica. Cualquiera hubiera podido encontrarle sólo con alzar la mirada o con prestar un poco de atención a los sonidos.
Finalmente, cuando llegó a la última calle en la que había perdido de vista a aquella persona, decidió que igual lo mejor era seguir a ras de tierra. Como le había cogido el gustillo a este tipo de desplazamientos, creyó que lo más divertido sería bajar por la fachada, apoyando los pies y las manos en los salientes de ésta y en las tuberías que la recorrían. Y así lo hizo. Emocionado y orgulloso de sí mismo, llegó al suelo.
Una vez allí, buscó alguna evidencia que pudiera indicarle la dirección que esa persona había tomado. "Maldito asfalto" pensó, "si las calles fueran de tierra todo sería más facil". Pero no era el caso, así que se limitó a vagabundear por las calles, al encuentro tal vez de un ruido o de algún movimiento que delatase al recién llegado. Parecía un barrio humilde, de casas unifamiliares con jardín. Le resultó divertido descubrir que todas eran iguales, blancas y de puertas rojas. A sus ojos se mostró extraña esta simetría, este patrón de casas semejante al patrón de una tela estampada, donde ninguno de los dibujos desentona con el siguiente, donde cada serie de estampados sigue la misma norma. En el mundo de ahora, esos patrones eran algo extraño, la naturaleza no tenía simetría... o no en ese sentido. Los árboles no crecían a la misma distancia el uno del otro, ni tenía las mismas ramas que sus hermanos. Caminó deslizando la mano por los setos que rodeaban cada propiedad hasta que encontró una casita con la puerta abierta y se detuvo. ¿Estaría allí su tesoro? Tendría que averiguarlo.
Cuando llamó a la puerta, pese a que ésta estaba abierta de par en par, esperó a que alguien contestase al otro lado, pero nadie lo hizo. Se adentró un poco más por el recibidor.
-¿Hola? ¿Estás aquí? ¡Soy Noah, te he visto desde la biblioteca!
El silencio era atronador.
domingo, 15 de marzo de 2015
Ale - Recuerdos
Cada vez que cerraba los ojos les veía, no sabría decir si
eran sueños o pesadillas pero el resultado era siempre el mismo: despertar entre
gritos y sudor. En ocasiones incluso lágrimas, tardaba horas en calmarme y
aquella noche soñé con la habitación del piso superior. ¿Qué clase de salvaje
le hace eso a un niño? No tenía respuestas pero pensaba ser más humano que
ellos.
La luz empezaba a colarse por la ventana, mis tripas se
quejaban por la falta de comida, hacía días desde la última comida que había
conseguido encontrar.
"Hoy tendré que salir a buscar comida pero primero el
entierro"
En todo el tiempo que había pasado en aquella casa no me
percaté de que en el jardín había una pequeña caseta, lo más seguro es que
guardaran las herramientas necesarias para su mantenimiento allí. Sin más
dilación me dirigí hacía la puerta del cobertizo, corrí el pestillo y abrí la
puerta. Quedé fascinado por la cantidad de objetos que tenía en su interior.
Las palas de diferentes tamaños, rastrillos, cortacésped, sacos de tierra y
abono fue lo que más me llamo la atención. Podría plantar comida si encontraba
semillas y seguro que si buscaba bien las encontraría, pero no ahora.
Me pase varias horas cavando la tumba de aquel niño, un
trabajo físico por la mañana. Si mi padre pudiera verme se reiría de mí todo el
día, ambos sabríamos que acabaría con agujetas pero eso era cosa del pasado. Ahora
aguantaba mucho más. Al acabar, subí al piso y entré en la habitación. El olor
era lo peor, se me metía en la nariz y me provocaba nauseas.
"No vomites por favor, no lo hagas" me repetía
mientras cogía una sábana del armario y la colocaba en el suelo. Sentía como si
estuviera recogiendo a mi niño interior, como si en aquel mismo instante me
diera cuenta de que el mundo se había ido a la mierda.
Recordaba las noticias del Colapso. La ciudad siguió como si
a nosotros no nos fuera a llegar, nos creímos intocables y así acabamos,
infectados, huyendo de todo lo que conocíamos. Creciendo antes de tiempo,
rompiendo nuestros planes e ilusiones, alejándonos de todo lo que queríamos.
Madurar a base de palos, como en los viejos tiempos, cuando mi abuelo era joven.
Y cuando la guerra biológica llegó, acababa de recibir mi carta de admisión a
la universidad.
Y así, de golpe, cambié la universidad por la supervivencia, a
mí familia por la soledad, aprendí lo que es pasar hambre, frío y sueño de la
peor manera que podía. Me daba cuenta de
todo ello ahora, dos años después.
No fue un gran entierro, solo estábamos él y yo, y ni siquiera sabía si debería decir unas
palabras... así que no lo hice, pero dejé un peluche sobre la tumba del niño sin
nombre. Y aunque suene frío, mis pies empezaron a correr lejos de allí.
Necesitaba encontrar comida.
jueves, 12 de marzo de 2015
Noah - Día de suerte
Los libros dormían. Era evidente que nadie los había leído en mucho tiempo, pues sobre ellos había una capa considerable de polvo. Recorrió una de las salas deslizando su dedo por los lomos de los volúmenes y le pareció gracioso el pequeño camino que iba dejando a través de la suciedad de éstos. Pensó en sentarse y descansar de la carrera que le había llevado hasta allí, pero ¿y si había alguien en algún lugar de la biblioteca? Tenía que encontrarle de inmediato, era una oportunidad de oro. Así que, con las piernas aún entumecidas, decidió inspeccionar el resto de salas.
Nunca había frecuentado las bibliotecas, ni siquiera antes del Colapso, y cierto era que en ese instante tampoco sentía curiosidad por abrir ninguno de aquellos libros.
Nada le llamó demasiado la atención en ninguna de las estancias. Muchas de ellas parecían haber sido abandonadas a toda prisa, como si hubiesen estado estudiando segundos antes de que todo se fuese a la mierda. Otras, sin embargo, parecían haber sido clausuradas con cuidado. Tenían las persianas bajadas y los libros ordenados de forma alfabética, las sillas cuidadosamente colocadas alrededor de las largas mesas y los ordenadores apagados, en silencio, como si descansasen tras una jornada de duro trabajo. Se preguntó entonces cómo habrían vivido las personas de esa ciudad la llegada del Colapso. Él se lo tomó a broma en un principio, cuando los telenoticias no hacían más que anunciar la inminente guerra biológica que se les echaba encima. "Estas cosas no pasan aquí" recordó haberse dicho a sí mismo, "eso sólo pasa en las películas". Pero el día llegó y nadie estaba preparado para lo que vendría después.
Suspiró cerrando tras de sí la puerta de la última sala del pasillo y decidió subir a la segunda planta. Allí su sorpresa fue mayúscula. Las puertas estaban todas abiertas y, al adentrarse por una de ellas, descubrió una pila de libros abiertos encima de una de las mesas. Se trataba de libros de tecnología, de electrónica y de ingeniería. Cogió uno de ellos y miró la cubierta. No pudo evitar sonreír al descubrir que, las huellas de manos que tenían los libros, eran recientes. Dejó el libro y se giró. Tenía que haber algún rastro, alguna pista que le indicase cuánto hacía que se había ido aquella persona o qué dirección había tomado. Abrió los postigos de las ventanas para que entrase la luz y, al hacerlo, el último rayo de sol del día iluminó el suelo a su lado. Algo le cegó un instante, un brillo metálico que no debería estar allí. Al agacharse encontró un reloj de bolsillo precioso, grabado con unos motivos antiguos y que, como esperaba no funcionaba. Lo guardó en su chaqueta y se asomó a la calle. A lo lejos le vió. Unas cuantas calles más allá, corriendo como si le fuese la vida en ello (que probablemente así era), había una persona.
-¡Sí! ¡Lo sabia!- gritó- ¡Te encontré, idiota! ¡Já! ¡Boom! ¡Noah, eres la caña!
Le siguió con la mirada hasta que le perdió en uno de los callejones que se adentraban al este, pero ya era más de lo que había encontrado en años, así que se alegró. Había encontrado otro superviviente y sabía en qué dirección había ido. Un gran logro, sin duda... pero ahora quedaba lo más difícil: salir de la biblioteca y encontrarle sin morir.
De repente, la bombilla se le iluminó en la cabeza y se le ocurrió lo que para él parecía una maravillosa idea. Saltaría por los tejados.
Y, de este modo, acabó Noah en el techo de la biblioteca, sopesando el mejor camino para no acabar aplastado contra el asfalto.
Nunca había frecuentado las bibliotecas, ni siquiera antes del Colapso, y cierto era que en ese instante tampoco sentía curiosidad por abrir ninguno de aquellos libros.
Nada le llamó demasiado la atención en ninguna de las estancias. Muchas de ellas parecían haber sido abandonadas a toda prisa, como si hubiesen estado estudiando segundos antes de que todo se fuese a la mierda. Otras, sin embargo, parecían haber sido clausuradas con cuidado. Tenían las persianas bajadas y los libros ordenados de forma alfabética, las sillas cuidadosamente colocadas alrededor de las largas mesas y los ordenadores apagados, en silencio, como si descansasen tras una jornada de duro trabajo. Se preguntó entonces cómo habrían vivido las personas de esa ciudad la llegada del Colapso. Él se lo tomó a broma en un principio, cuando los telenoticias no hacían más que anunciar la inminente guerra biológica que se les echaba encima. "Estas cosas no pasan aquí" recordó haberse dicho a sí mismo, "eso sólo pasa en las películas". Pero el día llegó y nadie estaba preparado para lo que vendría después.
Suspiró cerrando tras de sí la puerta de la última sala del pasillo y decidió subir a la segunda planta. Allí su sorpresa fue mayúscula. Las puertas estaban todas abiertas y, al adentrarse por una de ellas, descubrió una pila de libros abiertos encima de una de las mesas. Se trataba de libros de tecnología, de electrónica y de ingeniería. Cogió uno de ellos y miró la cubierta. No pudo evitar sonreír al descubrir que, las huellas de manos que tenían los libros, eran recientes. Dejó el libro y se giró. Tenía que haber algún rastro, alguna pista que le indicase cuánto hacía que se había ido aquella persona o qué dirección había tomado. Abrió los postigos de las ventanas para que entrase la luz y, al hacerlo, el último rayo de sol del día iluminó el suelo a su lado. Algo le cegó un instante, un brillo metálico que no debería estar allí. Al agacharse encontró un reloj de bolsillo precioso, grabado con unos motivos antiguos y que, como esperaba no funcionaba. Lo guardó en su chaqueta y se asomó a la calle. A lo lejos le vió. Unas cuantas calles más allá, corriendo como si le fuese la vida en ello (que probablemente así era), había una persona.
-¡Sí! ¡Lo sabia!- gritó- ¡Te encontré, idiota! ¡Já! ¡Boom! ¡Noah, eres la caña!
Le siguió con la mirada hasta que le perdió en uno de los callejones que se adentraban al este, pero ya era más de lo que había encontrado en años, así que se alegró. Había encontrado otro superviviente y sabía en qué dirección había ido. Un gran logro, sin duda... pero ahora quedaba lo más difícil: salir de la biblioteca y encontrarle sin morir.
De repente, la bombilla se le iluminó en la cabeza y se le ocurrió lo que para él parecía una maravillosa idea. Saltaría por los tejados.
Y, de este modo, acabó Noah en el techo de la biblioteca, sopesando el mejor camino para no acabar aplastado contra el asfalto.
martes, 10 de marzo de 2015
Ale - El frio
Corría todo lo rápido
que mis cansadas piernas me permitían. Yo nunca fui un gran atleta,
lo cierto era que me pasaba los días entre libros, ordenadores y
demás cacharros electrónicos, como diría mi padre. Notaba
como el peso de los libros me ralentizaba pero no podía parar, si lo
hacía todo habría acabado. Los coches abandonados servían de
trincheras, aunque no era capaz de dejar de escuchar esa alarma,
esa maldita alarma. Seguramente era una trampa pero una parte de mi
deseaba que la curiosidad ganase al miedo, aunque ya era tarde
estaba prácticamente llegando al cruce en el cual me introduciría
entre las sombras del frondoso bosque, que se adueñó de lo que antes
era la gran vía. Y fue como que el tiempo dejara de pasar y el aire
se congelara en un mundo paralelo, un jarro de agua fría, un juego
sádico de una mente cansada. Te perdí hace tanto tiempo que era
imposible que mi corazón saltara. La emoción del momento me
empezaba a causar estragos, había dejado de correr. Y el frío llegó
paralizándome, consiguiendo que ni siquiera fuera consciente de que
estaba arrodillado en un asfalto desconchado y comido por la
naturaleza, adornado con cristales que en otros tiempos pertenecieron
a algún escaparate o edificio.
"Reacciona idiota. Es tu cabeza que te juega una mala pasada. Estas cerca de estar a salvo, ¿porque no corres?"
Cuando estaba contigo
tú me guiabas por los caminos retorcidos y llenos de obstáculos. Tú
me rescatabas de caer, o de querer saltar al precipicio. Y así te lo
pagaba aunque fueras producto de mi imaginación. Huía de ti. Casi
sin darme cuenta me plantaba en el porche de aquella misteriosa
casita, me preguntaba cómo habría sido convivir entre acero y
hormigón. La estampa del verde en los colores quemados por el sol,
me traía a la memoria aquellos cuadros que pintaba mamá. La alarma
hacía tiempo que había dejado de sonar pero aun sentía el miedo en
mi cuerpo. Si empezaba a dudar de mí, ¿quien me salvaría?
Me adentré en la casa
con sumo cuidado, me sentía como un adolescente gastando una broma.
El salón era amplio con unan chimenea de piedra que captaba tu
atención según entrabas en la estancia. Un sofá de color verde
dirigía la sala. Junto a el, un sillón cerca de una mesilla donde
mejor le daba la luz, lo que me hacía pensar que al dueño le
gustaría leer. La ausencia de objetos personales; como pueden ser
fotos familiares, no me gustaba demasiado ya que me cuestionaba por
qué se marcharían. Por primera vez desde que estaba allí me daba
cuenta del gran desorden que reinaba. Los libros estaban esparcidos por el
suelo, a los pies de la estantería que cubría toda la pared y que
separaba el salón de la cocina. La mesa de café, llena de vasos y
tazas, la chimenea con restos de papeles quemados y un montón de
periódicos de antes del Colapso esparcidos debajo del gran ventanal
que iluminaba la estancia. Decidí ordenarlo un poco y al acabar me
senté en el sillón enfrascándome en la lectura de los libros que
“tomé” prestados de la biblioteca.
Estaba tan enfrascado
en la lectura que no me percaté de que estaba oscureciendo. Decidí
buscar una habitación donde dormir ahora que el susto mañanero
parecía olvidado. Me dirigí a la planta superior y entré en el
primer dormitorio que vi. Las nauseas me invadieron y, pese a que no
había comido nada, vomité. La imagen de aquel niño pequeño degollado
no me ayudaría a conciliar el sueño. Cerré la puerta y baje al salón.
Por la mañana pensaría que hacer y si era capaz de hacerlo.
Así que en el salón
de nuevo recogí mi mochila y me puse a buscar el reloj de bolsillo
de mi padre. Ya sabía que no funcionaba desde hacia meses, pero me
relajaba tenerlo cerca. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, si hubiera tenido un espejo seguro que
habría visto que estaba
más blanco que la tiza.
EL RELOJ NO ESTABA.
lunes, 9 de marzo de 2015
Noah - A correr
Las aves que se escondían entre el espeso follaje de los árboles de la avenida, salieron volando. El pitido intermitente que emitía el maldito Chevrolet las había asustado, pero a él también. De haber podido, habría alzado el vuelo para alejarse de allí, pero bien sabía que le era imposible y que sólo le quedaba una solución: correr. Así que, cuando logró salir del estado de shock provocado por el susto, tiró la manzana al suelo y se alejó avenida arriba a la velocidad que sus piernas le permitieron.
Por suerte su cuerpo estaba entrenado. Llevaba demasiado tiempo corriendo, escalando, cazando, y una pequeña carrera por la ciudad no le iba a matar. Sin embargo sabía que tenía que buscar un lugar donde esconderse hasta que pasase el peligro que, en esos momentos, le atenazaba el pecho.
Pesó por un instante que igual lo más seguro sería adentrarse en los callejones que serpenteaban ciudad adentro, pero sabía que perdería visibilidad y que, como poco, acabaría perdido en un laberinto de calles del que ni siquiera sabía si podría llegar a salir. Así que siguió en la gran avenida, procurando correr pegado a las fachadas de los edificios para dejarse ver lo menos posible.
Cuando las aves se calmaron y cesaron los nerviosos aleteos de éstos, la ciudad quedó en silencio. Pero Noah advirtió que eso no era cierto del todo pues, lejano, como el murmullo de las olas, se podía oír un bramar extraño, casi animal. Él sabía de qué se trataba, pero prefirió no pensar demasiado en ello y seguir corriendo. De vez en cuando, ese murmullo parecía cesar para luego resurgir con algo más de fuerza.
"Maldito coche" pensó Noah, "es la última vez que intento abrir uno... y es la última vez que tiro una manzana al suelo. ¡Qué hambre tengo...!".
Llegó a lo que parecía el final de la avenida. Le había costado prácticamente un cuarto de hora de carrera al límite llegar hasta allí, pero valió la pena... o eso creía. Lo que tenía ante él era una especie de plaza inmensa, circular y blanca, rodeada de edificios que parecían históricos. Pero para él todos los sitios eran prácticamente iguales, los árboles se habían adueñado de aquella plaza también. Se detuvo en el centro y miró alrededor para pensar en algo. Los murmullos venían de atrás, por lo que ese camino quedaba total y absolutamente descartado. Delante se alzaba una especie de ayuntamiento de tres plantas, con columnas y ventanales gigantes. Pero no, demasiado grande. A su derecha había otro edificio más o menos similar al anterior y, a su izquierda, lo que parecía una humilde biblioteca. No se lo pensó dos veces y corrió hacia allí.
"Llevarán años sin mandar callar a nadie ahí dentro" pensó sonriendo para sí, "y ahora he venido yo a montar follón... si es que, Noah... eres único para romper las normas". Y, entre risas, forzó la puerta de la biblioteca y se adentró en ella.
En el exterior, ese extraño bramar se hizo más evidente, más poderoso, más mortal.
Por suerte su cuerpo estaba entrenado. Llevaba demasiado tiempo corriendo, escalando, cazando, y una pequeña carrera por la ciudad no le iba a matar. Sin embargo sabía que tenía que buscar un lugar donde esconderse hasta que pasase el peligro que, en esos momentos, le atenazaba el pecho.
Pesó por un instante que igual lo más seguro sería adentrarse en los callejones que serpenteaban ciudad adentro, pero sabía que perdería visibilidad y que, como poco, acabaría perdido en un laberinto de calles del que ni siquiera sabía si podría llegar a salir. Así que siguió en la gran avenida, procurando correr pegado a las fachadas de los edificios para dejarse ver lo menos posible.
Cuando las aves se calmaron y cesaron los nerviosos aleteos de éstos, la ciudad quedó en silencio. Pero Noah advirtió que eso no era cierto del todo pues, lejano, como el murmullo de las olas, se podía oír un bramar extraño, casi animal. Él sabía de qué se trataba, pero prefirió no pensar demasiado en ello y seguir corriendo. De vez en cuando, ese murmullo parecía cesar para luego resurgir con algo más de fuerza.
"Maldito coche" pensó Noah, "es la última vez que intento abrir uno... y es la última vez que tiro una manzana al suelo. ¡Qué hambre tengo...!".
Llegó a lo que parecía el final de la avenida. Le había costado prácticamente un cuarto de hora de carrera al límite llegar hasta allí, pero valió la pena... o eso creía. Lo que tenía ante él era una especie de plaza inmensa, circular y blanca, rodeada de edificios que parecían históricos. Pero para él todos los sitios eran prácticamente iguales, los árboles se habían adueñado de aquella plaza también. Se detuvo en el centro y miró alrededor para pensar en algo. Los murmullos venían de atrás, por lo que ese camino quedaba total y absolutamente descartado. Delante se alzaba una especie de ayuntamiento de tres plantas, con columnas y ventanales gigantes. Pero no, demasiado grande. A su derecha había otro edificio más o menos similar al anterior y, a su izquierda, lo que parecía una humilde biblioteca. No se lo pensó dos veces y corrió hacia allí.
"Llevarán años sin mandar callar a nadie ahí dentro" pensó sonriendo para sí, "y ahora he venido yo a montar follón... si es que, Noah... eres único para romper las normas". Y, entre risas, forzó la puerta de la biblioteca y se adentró en ella.
En el exterior, ese extraño bramar se hizo más evidente, más poderoso, más mortal.
¿Qué fue de él?
Sin pena ni gloria pasó por la vida.
No dejó hijos. Nadie sacaría viejas fotos de una caja de zapatos. Nadie le explicaría a unos niños curiosos quién era aquel hombre en blanco y negro que sonreía a la cámara. Nadie nombraría a su bebé en honor al abuelo, al bisabuelo, a él. No habría anécdotas contadas alrededor de una mesa la noche de año nuevo.
No dejó amigos. Nadie brindaría en recuerdo a su memoria el aniversario de su muerte. Nadie quedaría en el bar que solía visitar, ni se sentaría en su silla, ni sonreiría a la camarera acordándose de aquellos días de cerveza. No volvería su reloj a adornar la muñeca de nadie, pues no había nadie a quién dejárselo.
No dejó hazañas. Nadie pensaría en él como "aquel hombre tan amable". Ni como "el que me alegró el día", "el que supo qué hacer" o "el que mantuvo la calma".
¿Qué fue de él?
Cayó en el olvido. Murió como vivió y como temió seguir viviendo: solo. Durante sus últimos días se preguntó qué había hecho mal para acabar así, pero prefirió no saberlo.
Sin pena ni gloria pasó por la vida y se alejó de ella.
No dejó hijos. Nadie sacaría viejas fotos de una caja de zapatos. Nadie le explicaría a unos niños curiosos quién era aquel hombre en blanco y negro que sonreía a la cámara. Nadie nombraría a su bebé en honor al abuelo, al bisabuelo, a él. No habría anécdotas contadas alrededor de una mesa la noche de año nuevo.
No dejó amigos. Nadie brindaría en recuerdo a su memoria el aniversario de su muerte. Nadie quedaría en el bar que solía visitar, ni se sentaría en su silla, ni sonreiría a la camarera acordándose de aquellos días de cerveza. No volvería su reloj a adornar la muñeca de nadie, pues no había nadie a quién dejárselo.
No dejó hazañas. Nadie pensaría en él como "aquel hombre tan amable". Ni como "el que me alegró el día", "el que supo qué hacer" o "el que mantuvo la calma".
¿Qué fue de él?
Cayó en el olvido. Murió como vivió y como temió seguir viviendo: solo. Durante sus últimos días se preguntó qué había hecho mal para acabar así, pero prefirió no saberlo.
Sin pena ni gloria pasó por la vida y se alejó de ella.
Ale - El principio del fin
En estos oscuros y solitarios tiempos que corren, poder llamar a algo hogar es todo un privilegio. Me siento completamente a salvo en mi pequeño submundo particular, pero no puedo bajar la guardia. Nada dura eternamente y es toda una suerte que no llamen la atención de nadie todas las pequeñas piezas electrónicas que hay desperdigadas por la ciudad.
¿Pero, quién se iba a fijar? Sin nadie que produzca electricidad, no funcionarían. Al principio solo las desmontaba para pasar el tiempo.
Los días dejaron de tener sentido y ya no sé cuando fue la última vez que les vi. Solo puedo recordar sus últimas palabras: corre; y es lo que llevo haciendo desde entonces hasta que encontré mi pequeño lugar. Aún lo puedo recordar como si fuera ayer, lloré toda la noche. Lloré por que les perdí, lloré por la rabia de no poder salvarles, lloré por el miedo, lloré de cansancio y desesperación, lloré en soledad hasta dormirme y al despertar todo parecía estar igual. Todo menos yo.
Fue entonces cuando decidí bajar al sótano y allí lo encontré.
Era hermoso, solo lo había visto en libros y, dios, no tenía ni la más remota idea de como hacerlo funcionar. Tenía muy pocas horas de luz y la ventana del sótano era solamente una pequeña abertura, suficiente para iluminar la sala pero no demasiado, lo que me dio seguridad. Así que me dispuse a revolver entre las cosas que había en aquel sótano y encontré unas pequeñas linternas, algo de comida enlatada y, para mi maravilla, un montón de equipo electrónico.
No sé quiénes vivían allí, si es que aún vivían, pero les hubiese agradecido eternamente que tuvieran un generador eléctrico. Después de revolver por toda la casa y ver que era incapaz de arreglar aquel maravilloso cacharro, me tiré en el sofá haciéndome un pequeño ovillo, como en los viejos tiempos cuando mis padres salían ha cenar y yo les esperaba negándome a dormir, aunque finalmente me dormía. Solo que en esta ocasión no sentiría el beso de mi madre en la mejilla, ni la caricia de mi padre, ni me despertaría por la mañana con el olor de un rico desayuno de chocolate con churros, beicon y huevos. Y lo peor: no volvería a verle.
No sé cuanto tardé en dormirme, no recordaba haberme cansado tanto pero al despertar sabía donde buscar la información que necesitaba. En la BIBLIOTECA.
Tenía por seguro que, si dejaba aquella bicicleta en la puerta, a nadie le importaría. Pero aún así las buenas costumbres no se pierden y decidí dejarla en el aparcamiento. Había pasado tantas horas en aquellas salas que sabía exactamente en que sección buscar, el problema era que no sabia que libro seria el ideal, por lo cual cogí todos los que pude del tema. Justo cuando estaba saliendo por la puerta, lo oí. Un ruido lejano que congeló cada centímetro de mi cuerpo, una alarma de un coche en una ciudad abandonada solo podía significar una cosa: no era el único superviviente. Era imposible que eso ocurriera y saqué aquella descabellada idea de mi cabeza, ahora sabía que había alguien más. Pese que había ido con todo el cuidado que pude, ellos sabían que seguía con vida, y aquéllo era una trampa. Ellos me buscaban y el miedo se apoderó de mi.
¿Pero, quién se iba a fijar? Sin nadie que produzca electricidad, no funcionarían. Al principio solo las desmontaba para pasar el tiempo.
Los días dejaron de tener sentido y ya no sé cuando fue la última vez que les vi. Solo puedo recordar sus últimas palabras: corre; y es lo que llevo haciendo desde entonces hasta que encontré mi pequeño lugar. Aún lo puedo recordar como si fuera ayer, lloré toda la noche. Lloré por que les perdí, lloré por la rabia de no poder salvarles, lloré por el miedo, lloré de cansancio y desesperación, lloré en soledad hasta dormirme y al despertar todo parecía estar igual. Todo menos yo.
Fue entonces cuando decidí bajar al sótano y allí lo encontré.
Era hermoso, solo lo había visto en libros y, dios, no tenía ni la más remota idea de como hacerlo funcionar. Tenía muy pocas horas de luz y la ventana del sótano era solamente una pequeña abertura, suficiente para iluminar la sala pero no demasiado, lo que me dio seguridad. Así que me dispuse a revolver entre las cosas que había en aquel sótano y encontré unas pequeñas linternas, algo de comida enlatada y, para mi maravilla, un montón de equipo electrónico.
No sé quiénes vivían allí, si es que aún vivían, pero les hubiese agradecido eternamente que tuvieran un generador eléctrico. Después de revolver por toda la casa y ver que era incapaz de arreglar aquel maravilloso cacharro, me tiré en el sofá haciéndome un pequeño ovillo, como en los viejos tiempos cuando mis padres salían ha cenar y yo les esperaba negándome a dormir, aunque finalmente me dormía. Solo que en esta ocasión no sentiría el beso de mi madre en la mejilla, ni la caricia de mi padre, ni me despertaría por la mañana con el olor de un rico desayuno de chocolate con churros, beicon y huevos. Y lo peor: no volvería a verle.
No sé cuanto tardé en dormirme, no recordaba haberme cansado tanto pero al despertar sabía donde buscar la información que necesitaba. En la BIBLIOTECA.
Tenía por seguro que, si dejaba aquella bicicleta en la puerta, a nadie le importaría. Pero aún así las buenas costumbres no se pierden y decidí dejarla en el aparcamiento. Había pasado tantas horas en aquellas salas que sabía exactamente en que sección buscar, el problema era que no sabia que libro seria el ideal, por lo cual cogí todos los que pude del tema. Justo cuando estaba saliendo por la puerta, lo oí. Un ruido lejano que congeló cada centímetro de mi cuerpo, una alarma de un coche en una ciudad abandonada solo podía significar una cosa: no era el único superviviente. Era imposible que eso ocurriera y saqué aquella descabellada idea de mi cabeza, ahora sabía que había alguien más. Pese que había ido con todo el cuidado que pude, ellos sabían que seguía con vida, y aquéllo era una trampa. Ellos me buscaban y el miedo se apoderó de mi.
Mi única opción: Correr
viernes, 6 de marzo de 2015
Noah - El error
Le resultaba curiosa la forma que tenía la naturaleza de adueñarse de lo que una vez fue suyo. Sin embargo había cosas que se le resistían, al parecer. Los cables permanecían intactos, como telas de araña que surcaban los cielos de edificio en edificio, sin importar si éstos estaban abandonados o no. Se preguntaba, de vez en cuando, si los cables seguirían siendo atravesados por la corriente, por los datos, o por lo que fuese que transportaban. Pero no importaba, ya no, pues él no iba a darles uso.
Allí, subido en el techo de uno de los coches que un día circularon por la ciudad, se sentía vivo. Era una posición perfecta para otear la avenida en la que acababa de entrar. Se trataba de una enorme calle totalmente invadida por la vegetación, solitaria como todos los lugares que había visitado en los últimos años, pero tenía algo especial. No sabía decir a ciencia cierta de qué se trataba, pero algo le hacía creer que allí había alguien. Tal vez fuese que todos los componentes electrónicos que había encontrado estaban desvalijados, o puede que simplemente se tratase de una intuición, pero en esa ciudad bañada por la luz del sol filtrada por los cristales de los edificios, tenía que encontrar a alguien.
Llevaba demasiado tiempo solo, demasiado tiempo buscando a sus semejantes, demasiado tiempo hablando consigo mismo. A veces mantenía discusiones en silencio, serio y sin mover un músculo. En otras ocasiones gritaba a pleno pulmón, como esa misma mañana cuando descubrió que uno de los circuitos de una televisión de plasma que estaba tirada en la calle había sido recientemente arrancado.
Noah decidió bajar del coche para buscar algo que llevarse a la boca. No era complicado encontrar comida cuando sabías cómo y dónde hacerlo. Y, en esos tiempos en los que el bosque se había abierto paso a empujones en las ciudades, no hacía falta ser demasiado hábil para cazar cualquier alimaña o para recoger cualquier fruta que se cruzase en tu camino. Ciertamente no tardó demasiado en encontrar un joven manzano junto a lo que un día fue una tienda de cosméticos. Sus frutos no eran nada del otro mundo, pero se podían comer.
¿Cuántos días tardaría en encontrar a alguien? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta darse cuenta de que ilusionarse con algo como aquello podría suponer su perdición? ¡Qué importaba! Estaba vivo en ese momento y disponía de todo el tiempo del mundo para recorrerse la ciudad.
Abrió la puerta de un viejo y oxidado Chevrolet mientras le daba un bocado a la pequeña manzana y el horror se desató. El sonido de la alarma inundó las calles y le paró el corazón. Las máquinas siempre jugaban en su contra, o eso creía Noah...
Allí, subido en el techo de uno de los coches que un día circularon por la ciudad, se sentía vivo. Era una posición perfecta para otear la avenida en la que acababa de entrar. Se trataba de una enorme calle totalmente invadida por la vegetación, solitaria como todos los lugares que había visitado en los últimos años, pero tenía algo especial. No sabía decir a ciencia cierta de qué se trataba, pero algo le hacía creer que allí había alguien. Tal vez fuese que todos los componentes electrónicos que había encontrado estaban desvalijados, o puede que simplemente se tratase de una intuición, pero en esa ciudad bañada por la luz del sol filtrada por los cristales de los edificios, tenía que encontrar a alguien.
Llevaba demasiado tiempo solo, demasiado tiempo buscando a sus semejantes, demasiado tiempo hablando consigo mismo. A veces mantenía discusiones en silencio, serio y sin mover un músculo. En otras ocasiones gritaba a pleno pulmón, como esa misma mañana cuando descubrió que uno de los circuitos de una televisión de plasma que estaba tirada en la calle había sido recientemente arrancado.
Noah decidió bajar del coche para buscar algo que llevarse a la boca. No era complicado encontrar comida cuando sabías cómo y dónde hacerlo. Y, en esos tiempos en los que el bosque se había abierto paso a empujones en las ciudades, no hacía falta ser demasiado hábil para cazar cualquier alimaña o para recoger cualquier fruta que se cruzase en tu camino. Ciertamente no tardó demasiado en encontrar un joven manzano junto a lo que un día fue una tienda de cosméticos. Sus frutos no eran nada del otro mundo, pero se podían comer.
¿Cuántos días tardaría en encontrar a alguien? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta darse cuenta de que ilusionarse con algo como aquello podría suponer su perdición? ¡Qué importaba! Estaba vivo en ese momento y disponía de todo el tiempo del mundo para recorrerse la ciudad.
Abrió la puerta de un viejo y oxidado Chevrolet mientras le daba un bocado a la pequeña manzana y el horror se desató. El sonido de la alarma inundó las calles y le paró el corazón. Las máquinas siempre jugaban en su contra, o eso creía Noah...
jueves, 5 de marzo de 2015
A la sombra de un sueño
A la sombra de un sueño demasiado transparente, me senté y esperé. Esperé un sonido, un suspiro de alivio soplado por unos labios demasiado rojos. Un latido lanzado por un corazón que se niega a callarse. Una risa, tal vez, susurrada por un alma que rebosa experiencias.
Pero ese sonido no llegó.
A la sombra de un sueño demasiado vívido, me senté y esperé. Esperé un goteo, algo rítmico, una nota que no se cansa de ser siempre la misma. Puede que el repiqueteo de un pie contra el suelo, algo nervioso, impaciente y compulsivo. O un siseo, una tela que acaricia, que murmura con misterio palabras que nadie entiende.
Pero ese sonido tampoco llegó.
A la sombra de un sueño demasiado largo, me senté y esperé. Ya no ansiaba el sonido, ya no ansiaba la llegada de lo que no sabía si vendría. Simplemente esperé. Nadie vino, nada perturbó el silencio. Y, cuando a punto estaba de despertarme me di cuenta de que, lo que realmente esperaba, no llegaría jamás.
A la sombra de un sueño demasiado transparente, demasiado vívido, demasiado largo, me levanté y dejé de esperar. No habría suspiros, latidos, ni risas. No caerían rítmicas las gotas, ni se movería el pie, ni murmuraría la tela. Nada de eso llegaría si seguía allí, sentada y esperando.
¿Para qué conformarse con estar a la sombra de un sueño? ¿Para qué sentarte y esperar?
A la sombra de un sueño ya nadie descansaba, sólo quedaban allí unas palabras de advertencia, escritas sobre la arena con un dedo decidido:
"Más allá de esta sombra, el mundo no es demasiado transparente, ni demasiado vívido, ni demasiado largo. Más allá de esta sombra todo es como tiene que ser."
______________________
Bueno, pues queda abierto este pequeño rinconcito donde las palabras no son juzgadas y los pensamientos no quedan atados a ninguna norma. Espero que cumpla su humilde propósito de enseñarnos un poquito más sobre nosotras mismas y que lo utilicemos siempre que nos apetezca.
"Donde duerme el silencio" es, a partir de este momento, el lugar donde poder expresar cualquier idea que ronde nuestras cabezas. ¡Aprovechémoslo!
Pero ese sonido no llegó.
A la sombra de un sueño demasiado vívido, me senté y esperé. Esperé un goteo, algo rítmico, una nota que no se cansa de ser siempre la misma. Puede que el repiqueteo de un pie contra el suelo, algo nervioso, impaciente y compulsivo. O un siseo, una tela que acaricia, que murmura con misterio palabras que nadie entiende.
Pero ese sonido tampoco llegó.
A la sombra de un sueño demasiado largo, me senté y esperé. Ya no ansiaba el sonido, ya no ansiaba la llegada de lo que no sabía si vendría. Simplemente esperé. Nadie vino, nada perturbó el silencio. Y, cuando a punto estaba de despertarme me di cuenta de que, lo que realmente esperaba, no llegaría jamás.
A la sombra de un sueño demasiado transparente, demasiado vívido, demasiado largo, me levanté y dejé de esperar. No habría suspiros, latidos, ni risas. No caerían rítmicas las gotas, ni se movería el pie, ni murmuraría la tela. Nada de eso llegaría si seguía allí, sentada y esperando.
¿Para qué conformarse con estar a la sombra de un sueño? ¿Para qué sentarte y esperar?
A la sombra de un sueño ya nadie descansaba, sólo quedaban allí unas palabras de advertencia, escritas sobre la arena con un dedo decidido:
"Más allá de esta sombra, el mundo no es demasiado transparente, ni demasiado vívido, ni demasiado largo. Más allá de esta sombra todo es como tiene que ser."
______________________
Bueno, pues queda abierto este pequeño rinconcito donde las palabras no son juzgadas y los pensamientos no quedan atados a ninguna norma. Espero que cumpla su humilde propósito de enseñarnos un poquito más sobre nosotras mismas y que lo utilicemos siempre que nos apetezca.
"Donde duerme el silencio" es, a partir de este momento, el lugar donde poder expresar cualquier idea que ronde nuestras cabezas. ¡Aprovechémoslo!
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