jueves, 16 de abril de 2015

Noah - Una lata de sopa

Corrió.
Las casas de blanca fachada se difuminaban cuando pasaban por su visión periférica y creaban a sus lados mosaicos caprichosos a los que no les prestó la menor atención. Sitió el pavimento bajo las suelas de sus zapatillas, algo desgastadas tras tantos kilómetros recorridos. Le dolían las rodillas por el impacto de su propio peso, pero no quiso detenerse hasta llegar al supermercado. Sabía que aquellas criaturas podían correr más que él o, al menos, algunas de ellas.

Frenó de golpe contra la puerta de cristal del establecimiento, creando un pequeño estruendo del que no estaba para nada orgulloso. Se dió la vuelta, la espalda contra el cristal y recuperó el aliento. Sus ojos buscaban más bocas podridas dirigiéndose a él, más manos crispadas, más pústulas purulentas que le acechasen, pero estaba solo. Al volverse a la puerta intentó abrirla y, tras varios intentos de empujar y empujar sin éxito alguno, se paró a leer el cartel azul que estaba sobre la maneta: "Tirar". Tiró de la puerta hacia sí y se echó a reír. Siempre le pasaba lo mismo, demasiadas prisas para pararse a leer, demasiada ocupada la mente para entender aquellos carteles.
Cerró la puerta tras él y buscó el pestillo. Esos detalles podían salvarte la vida.

La oscuridad le envolvió y, como siempre hacía, esperó en silencio a que sus ojos se acostumbrasen a la ausencia de luz. Lo primero que descubrió fue que los estantes estaban prácticamente vacíos y, como si un huracán hubiese arrasado el supermercado, el suelo estaba lleno de porquería y de latas vacías. Suspiró y empezó a andar. Por suerte, y sólo en ocasiones como aquella, estaba solo y se alegró por ello. Se imaginaba lo que tendría que ser buscar comida para un grupo entero y encontrar, tras días de trabajo, un supermercado como aquél: vacío.
Cogió una de las pocas latas que quedaban enteras y la miró. No era muy fan de las sopas de tomate frías de lata, pero menos daba una piedra, y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Pero sus ojos se posaron en una lata que se le antojó dorada, enorme y resplandeciente. Estaba en la balda más alta del estante más alto de la tienda, y parecía que le llamase con una voz sensual y provocativa. En la etiqueta había una fotografía que mostraba dos espléndidas peras rojas, al vino, jugosas y brillantes, y encima de ellas rezaba: "Peras al vino tinto. Dulces y sabrosas, el manjar de estas fiestas".
No lo pensó, se encaramó a la estantería y empezó a escalar apoyando los pies en las baldas vacías y enganchando sus dedos a la pulida madera. Su pie resvaló en algo en lo que no había reparado y a punto estuvo de precipitarse hasta el suelo, pero en lugar de eso, la que cayó fue la lata de sopa de tomate que había guardado en su bolsillo y, al impactar contra las baldosas, reventó como una fruta madura. El sonido fue tan aparatoso que no se atrevió ni a respirar. Cerró los ojos, apretó las manos contra las baldas y se pegó a la estantería. Rogó por no ser visto ni escuchado, por que no hubiese nadie en aquella tienda de barrio.
Contó. Durante este tiempo como superviviente había aprendido a tener paciencia y a esperar cuando era necesario. Y, cuando temías ser decubierto por aquellos subhombres, lo mejor que podías hacer era hacerte una bolita en el suelo y contar hasta cien. Si nadie te había sorprendido en ese tiempo, podías echar a correr como alma que lleva el diablo y alejarte de tu error.

"Uno, dos, tres, cuatro, cinco..."

martes, 14 de abril de 2015

Ale - El supermercado



Fuimos andando sin mediar palabra, nunca el silencio se me antojó tan extraño. No podía apartar la mirada de su dulce rostro, en realidad una parte de mí creía reconocerla pero donde la había visto era toda una incógnita.

-¿Tienes nombre?- intenté romper aquel silencio que durante tanto tiempo me había acompañado y no quería que me acosase más.
-Por supuesto, todos lo tenemos...-de nuevo el silencio- ...bueno a no ser que seas una de esas cosas.
-Esas cosas siguen teniendo nombres, solo que ya no nos los pueden decir. Soy Ale
-No somos amigos. Solo quiero mi maldita bolsa.
-Siento haberla abierto pero para qué quieres tantos medicamentos. ¿Hay alguien más?-aún no me acostumbraba a que podía hablar en voz alta sin parecer un loco.
-De verdad, ¿tengo que contarte mí vida para que me des la bolsa?
-No, simplemente quiero saber si puedo ayudar. Estamos prácticamente solos todo el tiempo y lo hemos pasado mal, a veces te apetece tener compañía. Ya sabes una conversación de ascensor.

Su mirada de desconcierto me fulminó, acaso estaba dando por sentado ciertas señales. Al llegar a la puerta me paré en seco, la última vez que entré sin comprobarlo casi no lo cuento.

-¿Qué te pasa has visto un fantasma?
Menudas formas se gasta esta chica.
-Shhh, no hagas ruido no sabemos que puede haber dentro.

Siempre que abría una puerta era la misma sensación, el corazón desbocado, sudoración en las manos, dificultad para respirar y la triste esperanza que al ver en su interior estuviera él. Me había obligado a dejar de pensar en ello, cuánto tiempo había pasado realmente. Meses, años... aunque llevara un calendario en la agenda, hacía tiempo que había perdido la noción del tiempo. Y al mirar dentro la misma decepción, la tristeza de una ausencia que no sabré si seré capaz de superar.

-No hagas ruido, ten cuidado por donde pisas y que puertas abres. -susurre con un tono de melancolía palpable

Nos adentramos en la penumbra, escuchaba sus pasos en mi espalda y notaba su respiración en la nuca, puede parecer extraño pero por una vez eso me calmaba. Las baldas estaban arrasadas, los primeros meses los saqueos eran parte del día a día de las personas que aún lo eran. Lo normal es que los almacenes aún tuvieran alimentos, ya que con poco tiempo y puertas cerradas...la  gente suele ser impaciente, o quedase alguna lata por las estanterías.
Podemos llamarle suerte o simplemente que era un supermercado de barrio a las afueras pero encontramos algunos suministros. Algunos botes de melocotón, piña y pera en almíbar, sopas de tomate y una especie de carne enlatada.

-Deberíamos revisar el almacén , tal vez encontremos suministros suficientes para una temporada. Con lo que hay aquí nos llega justo para una semana teniendo en cuenta que solo comamos los dos.

Justo en ese momento se escucho un gran estrepito procedente de la calle, en la única salida conocida.